Paula Lázaro de la Iglesia; graduada en Psicología por la Universidad de Salamanca y máster en Psicología del Deporte por la Universidad Autónoma de Madrid.
Es psicóloga deportiva de la Federación Madrileña de Deportes de Invierno (FMDI) y forma parte del Área de Psicología del Deporte de la Federación Madrileña de Natación en el Centro de Tecnificación Deportiva M-86.
Trabaja con deportistas desde la base hasta el alto rendimiento, deportistas de tecnificación y equipos nacionales de diferentes disciplinas deportivas.
¿Por qué es tan importante el deporte para la “salud mental”?
El deporte y nuestro bienestar mental y emocional están muy relacionados, sobretodo porque nuestra salud física y corporal va de la mano con cómo nos sentimos a todos los niveles. Si hablamos un poco más desde la parte fisiológica, el deporte hace que esté en marcha nuestro sistema sanguíneo y cardiovascular y las diferentes áreas de nuestro cuerpo se van activando, incluidas esas áreas del cerebro que se encargan del estrés, motivación, estado de ánimo… y hace que disfrutemos. Además, el deporte desde la parte un poco conductual, nos da una vía de escape y mientras estamos realizándolo, además de liberar energía o focalizarla de otra manera, tenemos nuestro foco de atención alejado de nuestros “problemas” de día a día o de esas cosas que nos rondan la cabeza y son las que nos suelen ocasionar una emoción más desagradable. Además, esa satisfacción que recibimos cuando cumplimos objetivos de rendimiento es una recompensa emocional y personal a nivel de confianza también muy potente, que vemos mucho más reflejada en el caso de deporte de competición (aunque también en todo tipo de actividad física) porque tener algo que nos motive tanto, tiene un efecto muy importante en quiénes somos y cómo nos identificamos.
¿Cuál es el mayor problema que detectas como psicóloga deportiva?
Como psicóloga deportiva uno de los grandes aspectos a trabajar que me encuentro es la alta exigencia que tienen los deportistas sobre su propio rendimiento. Es verdad que la auto exigencia es una cualidad positiva en muchas ocasiones, porque nos ayuda a mejorar, a querer conseguir cada vez más objetivos, seguir creciendo como deportistas y personas… pero también tiene un lado más amargo, cuando dejamos de usarla como motivación y pasamos a mirarnos desde el lado crítico en el que nada nos sirve, no somos suficientemente buenos o no hacemos las cosas lo suficientemente bien. La línea entre la motivación y la presión es muy delgada y tener ese listón con nosotros mismos tan alto, al que nunca llegamos (o nos da esa sensación a nosotros mismos), hace que nuestra confianza sea muy bajita.
El deporte de por si es un contexto muy exigente que te señala mucho “lo que te queda por conseguir”, así que muchas veces el trabajo con los deportistas recae en que sean pacientes y se traten bien a si mismos, que pongan en marcha el autocuidado también a nivel emocional y mental y que sepan valorar y destacar los pequeños avances del día a día, que es algo que siempre suele aparecer aunque los pasemos por alto.
¿Crees que la población es consciente de la importancia de la salud mental?
Creo que cada vez se le está dando más importancia y más visibilidad. Como sociedad cada vez somos más conscientes que “estar bien” a nivel mental, emocional es tan importante como a nivel físico/fisiológico, cada vez estamos más informados y creo que de manera individual respetamos cada vez más qué es lo que necesitamos en cada momento. Pero si que es verdad que sigue siendo un tema muy tabú, muy señalizado en muchos casos y que parece que tenemos que esconder o guardar para nosotros mismos. Y la sociedad también contribuye un poco a eso, en un mundo de productividad y exigencia – muchas veces sin límites – no se está dejando mucho hueco a las diferencias personales, a las emociones y a las necesidades individuales de cada uno, así que es un poco contradictorio: por un lado se visibiliza más pero tampoco se ponen en marcha más recursos de prevención o de tratamiento.
Descríbenos tú paisaje idílico
Creo que por seguir un poco de la mano de las emociones de las que tanto he hablado antes, mi paisaje idílico tendría que ser aquel que me hiciera sentir segura y en calma con el contexto y con el entorno; en el que pudiera respirar aire de verdad y desconectar para conectar con aquello que me gusta. Y es un paisaje que dependiendo del momento puede ir cambiando y cogiendo forma de diferentes lugares, pero si tuviera que escoger mi paisaje idílico serían las montañas, algún punto alto y tranquilo en el que poderse parar y mirar que no hay “nada” a tu alrededor o que parece que estás “más alto” que el resto de las cosas. Y mi sitio favorito, si tengo que ser más concreta, es el Lago de Pessons en Grau Roig (Andorra) que cuando está todo cubierto de nieve puedes pararte dentro del lago y admirar las montañas alrededor.